domingo, 21 de febrero de 2010

¿Qué vemos a través de un telescopio?

Cuando alguien se siente atraído por la astronomía, lo más habitual es que empiece a buscar información por internet, compre algún que otro libro sobre el tema... y quede comprensiblemente maravillado con las espectaculares fotografías que por todos estos soportes aparencen.

Animados por la ilusión, por ese cosquilleo en su interior ante la perspectiva de poder disfrutar “en directo” de esas maravillas, compran unos prismáticos, o incluso, directamente su primer telescopio, dirigen una primera mirada hacia el cielo... y no hay nada más triste que ver esa cara de desilusión al comprobar que lo que ven a través del ocular no se corresponde a esas nubes de gas de gran colorido, o a los impresionantes brazos espirales de muchas galaxias, o a esas bandas nubosas de mil tonalidades que ofrece Júpiter.

Lo que ven es otra cosa: pequeñas manchitas blancuzcas, redondeles difusos, “presencias fantasmagóricas”, planetas diminutos, con detalles de difícil observación...

Mi primera observación con el telescopio la hice el mismo día que lo compré. Lleno de ganas e ilusión, llegué a casa, cogí el manual, lo monté en la cocina, apunté como pude a Marte (que recién había pasado la oposición de agosto de 2003 y del que en los meses anteriores había podido observar unas fotos impresionantes hechas por astrónomos aficionados) y aprendí mi primera lección: para observar, por lo menos, hay que abrir la ventana, de lo contrario, no veremos nada de nada...

Finalmente, después de sacar el telescopio a la terraza, volví a apuntar hacia Marte y lo único que conseguí ver fue un pequeño redondel rojizo sin ningún tipo de detalle. Sería impagable tener ahora una foto de la cara que me quedó después de contemplar ese panorama.

La buena notícia fue que no me dejé vencer por esa primera decepción.

Tal vez, lo que no decepciona nunca es la Luna y la primera vez que se observa Saturno con sus anillos. Pero no parece ser suficiente para quitar esa sensación de sentirse engañado.

Entonces, ¿qué es lo que mantiene viva la ilusión de tantos y tantos astrónomos aficionados?

Estoy convencido que todos y cada uno de nosotros sería capaz de dar un buen número de razones, razones que idealmente, tendrían que ir descubriendo con el tiempo de manera personal todos aquellos que se adentran en el mundo de la observación astronómica.

Una de las primeras cosas que trato de explicar a familiares y amigos que se acercan a observar por mi telescopio es que habrá objetos que veremos que son realmente impresionantes a pesar de las comparaciones fotográficas, como puede ser el Cúmulo doble de Perseo, la Nebulosa de Orión, Saturno, la Luna, cualquier estrella doble con un bonito contraste de colores... pero lo que realmente importa es saber lo que estamos viendo.

¿Quién con un mínimo de sensibilidad no se sentirá impresionado al ver, después de un buen rato de esfuerzo, una manchita alargada... que corresponde nada menos que a una galaxia que se encuentra a unos 10 millones de años luz de nosotros y que se extiende a lo largo de 54.000 años luz (NGC253)?

¿Quién con un mínimo de sensibilidad no se sentiría impresionado al ver un pequeño redondel blancuzco... que corresponde a los gases expulsados por una estrella semejante al Sol que llega al final de sus días?

¿Quién con un mínimo de sensibilidad no se sentiría impresionado al ver una machita blancuzca irregular... que es un nido de formación de jóvenes estrellas?

¿Quién con un mínimo de sensibilidad no se sentiría impresionado al ver una pequeña esfera crepitante... formada por millones de estrellas?

¿Quién con un mínimo de sensibilidad no se sentiría impresionado al ver cómo amanece en otro mundo?

¿Quién con un mínimo de sensibilidad no se sentiría impresionado al ver...?

Esta es una pequeña reflexión fruto de casi dos meses en los que los días de observación “aceptables” que he podido disfrutar se cuentan con los dedos de una mano... tiempo que los verdaderos astrónomos aficionados pueden dedicar a leer y a investigar sobre futuros objetivos que intentaremos contemplar al menor resquicio de cielo despejado que se nos presente.

Y seguiremos esperando con ganas el momento en que podamos volver a contemplar manchitas blancuzcas a través de nuestros telescopios...

4 comentarios:

  1. Hola Almach:

    Me gustó mucho tu reflexión, la verdad me hizo recordar el pensamiento de Carl Sagan "Ese pequeño punto azul pálido".

    Y también me hizo pensar por qué me gusta esta afición, es decir, la mayoría de noches te la pasas frustado viendo cómo el cielo esta completamente blanco lleno de nubes, pero apenas se asoma un espacio entre esas masas, te recorre la felicidad por sacar tu equipo y echarle un ojo a todo lo que te alcanza el tiempo.

    En fin, saludos y esperemos buenos cielos!!

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  2. Hola Oscar,

    Eso es lo que necesitamos... cielos despejados y oscuros... en este "pequeño punto azul pálidos" :)

    Saludos

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  3. Efectivamente, el problema es cuando uno no sabe poner en contexto lo que está viendo, eso es algo que depende del observador, no de lo observado.

    Cuando ayudamos en alguna observación para el público hay que explicar primero a la gente qué es lo que va a ver, qué siginifica, que historia tiene, etc., y que lo va a ver con sus propios ojos, no en foto. Después de esto la gente ya no "ve" lo mismo.

    Saludos.

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    1. Gracias Pepe por el comentario :)

      Cuando le enseñé Saturno por primera vez a mi padre, me dijo medio en broma, medio en serio: "Pues no nos engañaban con las fotografías de Saturno, tiene anillos" :) y se le notaba emocionado al verlo.

      Por otro lado, siempre hay alguien que te dice: "¿Y no os cansáis de ver siempre lo mismo?", y ante esto, solo queda coger aire e intentar explicarlo lo mejor que uno pueda.

      Saludos

      Óscar

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